Resulta complicado hablar de Holy Motors. Es una cinta inclasificable, irregular en su recorrido, cómica a ratos, trágica en otros, fascinante, onírica, y un montón de adjetivos que, finalmente, aportan pero no aclararán la extraña experiencia que supone su visionado. Tampoco es una película que se pueda recomendar de manera cómoda, pues muchos encontrarán en ella un viaje alucinante, y otros, seguramente la mayoría, una nueva patochada del cine francés. La cuestión es que, para mí, cuanto más tiempo pasa desde que la vi, más y más me descubro pensando en ella y rindiéndome a su rareza.
Una limusina recorre Paris con un enigmático pasajero. Un ser camaleónico que tiene en el interior de su auto un camerino en el realiza distintas caracterizaciones. Con ellas interpreta episodios e instantes de la ciudad y de la vida de sus habitantes.
Sin definirse ni decantarse por ningún estilo, Holy motors, es un homenaje constante al mundo del actor, al placer de la dramaturgia, a la caracterización y la planificación de un papel. También supone un homenaje a los pequeños instantes, universalmente nimios o invisibles, que sin embargo marcan nuestra personalidad, nos inspiran, nos aterran o nos divierten. Y por último pero no por ello secundario, Holy Motors es un canto al absurdo, a la sorpresa constante, a la variedad creativa y al eclepticismo formal.
Leos Carax firma este título que tiene todo el aire de testamento cinematográfico, de obra culmen, sino de toda una vida sí de una etapa en el cine, aunque esto sólo el tiempo lo dirá. El autor de, entre otras, Los amantes del Pont-Neuf o Pola x, no da puntada sin hilo, ni tregua al espectador, y llena todos los minutos del film de símbolos (empezando con esa limusina que esconde en su interior una barraca de circo), y de personajes dibujados con gran acierto en pocos planos (como la conductora del auto cuya personalidad elegante, eficiente y cálida se deduce desde que la vemos fumando en el exterior del auto en su primera aparición.) Esta capacidad descriptiva de Carax, nos hace entrar en su juego en la mayoría de los momentos de forma rápida, a pesar de tener apenas unas pinceladas de información de lo que está pasando frente a nosotros.
Pese a todas las virtudes adelantadas, la obra dista de ser perfecta, y personalmente su resultado de vio lastrado por momentos puntuales un tanto tediosos, como el numerito musical de Kylie Minogue (y en general toda su aparición) y la escena padre e hija en el auto, demasiado larga y un tanto incómoda en el tono o la de la captura de movimiento, también más extensa de lo necesario. También su carácter surrealista, a la altura del mejor Buñuel, es una delicia para paladares principalmente pulidos en este tipo de cine, y que, por lo excesivo y recurrente, supondrá un hándicap para el espectador casual, al que, de todos modos, no se dirige esta cinta.
Denis Lavant demuestra una increíble versatilidad a la hora de saltar entre sus distintos personajes y en un pilar indispensable en el éxito del film. Junto a él, un reparto variado, en general muy acertado, del que destacan, Eva Mendes haciendo de una modelo tan guapa como fascinante, la ya mencionada chófer interpretada por Edith Scob.
Como decía Holy Motors es cine complejo de recomendar, que se ama o se detesta. Yo por mi parte estoy encantado de haberle dedicado casi 2 horas, y encantado por los premios que ha cosechado en sitges, que se suman a su acogida en Cannes y que seguramente no serán los últimos que reciba.