¿Hay algo más odioso que meterse en obras? Desde luego que sí, aunque son pocas las cosas que se puedan comparar a dejar tu casa y tus cosas a merced de unos desconocidos y tener de sonreirles y ponerles buena cara mientras, estos, bien armados con mazas y otros elementos peligrosos, la emprenden a golpes contra tus paredes y suelos.
En estos días, obreros de todas las nacionalidades se reunen en torno a mi salón y mi dormitorio con todo su armamento pesado, para hacerme la vida algo más amarga... Lo que iba a ser pintar unas goteras de nada y sustituir 5 piezas de tarima dañanadas por la humedad ("nada Jesús, esto en 2 días nos lo ventilamos"), ha pasado a convertirse en una labor casi titánica digna de Esperanza Aguirre o Gallardón, que se acerca a su segunda semana y esperemos que aún no se extienda más allá.
Mientras, mi estado mental comienza a mostrar las mismas fisuras que mi piso, y cada vez que entro en él se me cae el alma a los pies, en el trabajo me cuesta concentrarme, estoy como de mala leche, he perdido la risa, he perdido el color,y si veo una grieta en algún edificio enseguida el recuerdo de mi casa me golpea en el cogote, y en el viento, percibo una suerte de carcajada que me dice "Idiota de verdad pensaste que esto sería facil... pues anda que no te queda!!!"